domingo, 21 de diciembre de 2014

Lo que nos faltó de Frin!!!!!

21
Eso de las cartas estaba muy bien, pero Frin quería ver a Alma. Ya llevaba como cuatro
cartas. En la primera no había dibujado nada; en la segunda, el barco con cañones y la
moto; en la tercera, una lancha de doble motor; en la cuarta, un coche de carrera.
Para la quinta ya no sabía qué porquería dibujarle. Quería verla y punto.
—¿No es cierto, Negrito?
Pero eran como las diez de la noche y Negro, ése era el nombre provisorio del perrito,
estaba dormido y lo más que hizo fue sacudir la oreja, pero quién sabe por qué.
—Tendría que ir a Nulda... ¿y si no la encuentro, Negrito?
El perro seguía dormido. Frin se acercó, le hizo cosquillas en la panza y él, sin abrir los
ojos, movió la cola y levantó una pata.
—Bueno, si no la encuentro... si no la encuentro... me vuelvo y listo, ¿no?
Ir solo a Nulda. Eso sí que nunca lo había hecho. ¿Le pediría permiso a sus papás? ¿Y
si no lo dejaban?
—De todas maneras, Negrito... che... ¡ey!, si te dormís no puedo contarte mi plan.
—... (abrió un ojo, bostezó, estiró sus patas, movió la cola y se fue arrastrando para
que lo acariciara).
—El viaje a Nulda dura veinte minutos nomás, ¿entendés? (mientras lo acariciaba), o
sea que puedo ir, estar una hora con Alma, volver... y ni pasaron dos horas,
¿entendés?... che, te estoy hablando, no te duermas... o sea que es como si hubiera
ido a jugar a la casa de Lynko... podría decir que me fui a jugar a lo de Lynko, ¿no?
No, eso sería mentir... che, no te duermas.
Pero el perro no le hizo caso. Y se oyó desde el cuarto de los papás.
—Frin, apaga tu luz.
Bajó al perro con cuidado, lo apoyó en el suelo. Se metió dentro de la cama. Apagó la
luz. Enseguida sintió que Negrito quería subirse y no alcanzaba. Lo ayudó. El perro
siguió durmiendo, pero Frin ni conseguía empezar.
—(Susurrando) Che, Negrito, ¿y si la encuentro pero ella no quiere verme?
Se quedó con los ojos abiertos en plena oscuridad, pensando.
*
Al otro día en la escuela habló con Lynko.
—Te quiero decir un secreto: voy a ir a Nulda a ver a Alma.
—... ¿a Nulda?
—Sí.
—¿Con tus papás?
—No.
—... ¿vos solo?
—Sí.

—... ah ¿Y Alma sabe?
—No.
—¿Y si no está?
—(Levantó los hombros) Me vuelvo.
—¿Y si no hay ómnibus y...
—Lynko, ya averigüé todo. El pasaje es súper barato. Con lo que me paga Elvio puedo
ir y volver mil veces.
—¿Querés que te acompañe?

Le daba vergüenza decirle que no, y sólo levantó los hombros.
—Te pido una cosa, no se lo digas a nadie, ¿prometido?
—Sí.
Tocó el timbre. En el recreo siguiente, No se lo digas a nadie fue lo que Lynko le dijo a
Vera cuando se lo contó, porque él había prometido eso, pero con Vera era distinto. Y
Vera se lo contó a Arno y le dijo No se lo digas a nadie. Arno se lo contó a otros dos
amigos y les dijo No se lo digan a nadie. Y todo el mundo susurraba en el grado lo que
Frin iba a hacer, y todos decían no se lo digas a nadie. Y miraban a Frin con más
respeto.
Cuando llegó el jueves, ya lo sabían hasta los marcianos. Fede se acercó y le preguntó:
—Che, Frin, para el sábado, ¿hay que llevar sandwiches o compramos allá?
—Porque yo digo que mejor los compramos allá, ¿no?
—¿¡Allá, dónde!?
—¡En Nulda, Frin! ¡¿Dónde va a ser?!
Ni le contestó, salió corriendo, furioso, a hablar con Lynko. Él le juró y le rejuró que no
le había contado a todo el grado, sólo a Vera, y se enojó cuando Frin le recordó que él
le había prometido no contárselo a nadie. Pero no sólo lo sabían todos sino que había
planes de acompañarlo. Frin está organizando que vayamos a saludar a Alma. Eso es
lo que decían.
*
Esa noche del jueves Frin se acostó entre triste y enojado. Quería ir solo, no en
procesión de una multitud.
El viernes, antes de ir a la escuela, volvió a confirmar los horarios de los ómnibus.
Miraba la hoja con cierta tristeza. El viaje ya no sería lo mismo. Cuando llegó a la
escuela, como en una confabulación secreta todos se le acercaban y le preguntaban
susurrando y haciendo misterio:
—¿A qué hora salimos, Frin? ¿Dónde nos encontramos?
Él estaba hundido y triste porque su plan se había ido a pique como un barco
agujereado. Pero de pronto se le ocurrió una idea, y contestó:
—A las tres, en la terminal de ómnibus.
Se corrió la voz por todo el grado. Pasaban y le daban palmadas en secreto. Frin era
un ídolo. Estaba buenísima la aventura. Otra palmada.
Llegó el sábado. Frin terminó de almorzar más rápido que nunca.
—Frin, masticá la comida.
—Sí, papá.
—Sí, papá... pero te estás tragando los pedazos enteros.
Ayudó a secar los platos sin que su mamá se lo pidiera. ¿Qué le iba a decir? No quería
mentir, y con un nudo en la panza, por el susto, se le ocurrió:
—... me voy a dar una vuelta.
Adentro suyo estaba atajándose de lo que podía pasar ahora. Pero su mamá se inclinó
y dijo.

—Bueno, cuidate (y le dio un beso).
Frin respiró. Además no había mentido, sólo que era una vuelta a Nulda. Tomó su
mochila vacía. Llamó al perro. Antes de llegar a la terminal revisó el dinero que había
cobrado el viernes, como cinco veces. Sí, estaba todo. Alcanzaba. Sobraba. Podía ir y
volver, invitar a Alma con un helado, y todavía sobraba.
Llegó a la terminal, había poca gente. Fue a la ventanilla, preguntó si se podía viajar
con animales. Le dijeron que no. Ah, bueno; dijo él como si nada. Compró su boleto
del ómnibus de las dos. A las tres no salía ninguno para Nulda. Fue hasta un rincón,
metió el perrito en la mochila, se acercó al ómnibus. Le dio el boleto al chofer sin saber
si lo iba a dejar viajar solo o no. El perrito se movía bastante adentro de la mochila,
pero nadie se dio cuenta. Se subió. Buscó un asiento, se sentó. Subió el chofer,
encendió el motor. El perrito ladró. El chofer miró por el espejo. Frin sonrió y lo saludó
con una mano. Él chofer puso la marcha, el ómnibus retrocedió. Luego avanzó,
salieron de la terminal. Sí, señor. Ya estaba viajando. Pensó en la cara que iban a
poner todos los del grado cuando llegaran a las tres.
El chofer encendió la radio para escuchar un partido, y eso ayudó porque no se
escucharon un par de ladridos del perrito. El ómnibus iba casi vacío. Abrió la mochila.
—Mirá, Negrito, esto es un ómnibus.
Y el perro olía por todas partes, como si estuvieran pasando las noticias. Llegaron a la
ruta, y Frin le iba explicando. Estos son los coches. Esto es un campo. Mirá, allá hay
vacas. Y así ni se acordaba de su miedo, porque para eso había llevado al perro, para
que le hiciera compañía. Mirá, ése es un tractor. El ómnibus iba tranquilo, ni rápido ni
lento. Oyendo el partido por la radio. Mirá, Negrito, mirá todos esos pájaros. Y Negrito
miraba abriendo los ojos y levantando las orejas y oliendo. Aunque no podemos saber
si miraba los pájaros que le señalaba Frin o el vidrio verde de la ventana del ómnibus.
Para él todo era igual de nuevo, grande, distinto, y en movimiento. Para Frin también.

22
Cuando se quisieron dar cuenta ya estaban entrando en la terminal de Nulda. Mucho
más pequeña que la del pueblo de Frin. Primera medida de seguridad: volver a meter
al perro dentro de la mochila. Primer problema: no quería. Frin abrió bien la mochila,
lo sentó encima y le empujó la cabeza. Por suerte el chofer había ido hasta la
ventanilla y no oyó los ruidos.
—¡Negro! Te juro que nunca más te voy a dejar acompañarme si te portás así.
Segundo problema. En la terminal había perros. Durmiendo la siesta, pero perros,
grandes.
—Oh, oh... ni te muevas, Negrito
—... (de repente dejó de sacudirse y se quedó duro, olfateando desde adentro).
—... hola, lindo perrito que duermes la siesta, no te despiertes.
Negro comenzó a ladrar.
—¡No te hagas el valiente ahora!
Lo retó y salió corriendo fuera de la terminal. Esos perros eran tan grandes que con un
bostezo se hubieran comido a Negrito.
Caminó una cuadra, abrió la mochila y lo dejó salir. El perro olfateó toda la vereda,
milímetro a milímetro, desde la pared hasta el primer árbol, y ahí dejó su firma. Era
desesperante caminar así. No avanzaban ni medio metro por año.
—¡Ufa, Negrito! ¡Basta de oler todo!
—... (el perrito adelantaba un paso, retrocedía cinco y repasaba lo que ya había olido).
—¡Si no me hacés caso te voy a meter adentro de la mochila!
Pero el perro no le hizo ni un poco de caso, entonces lo alzó. ¿Para dónde quedaría la
casa de los abuelos? La calle estaba vacía, era la hora de la siesta. Ni a quien
preguntarle. Caminó cinco cuadras y llegó hasta la plaza. ¿Alma estaría en los juegos?
No, no estaba. ¿Estaría tomando un helado? Se fijó si alrededor de la plaza había una
heladería. Sí, pero estaba cerrada. Se sentó en un banco.
Se había imaginado que iba a ser más fácil. Pasaron tres chicos en bicicleta; pero lo
miraron sin dejar de pedalear, y siguieron de largo. Frin sintió hambre. Pero no era
hambre, porque acababa de comer, sino que se sentía perdido. ¿Cómo podía ser un
pueblo tan pequeño y de todas maneras uno perderse tanto? Qué ganas de regresar.
*
—¡Qué tonto soy! (dio un salto). ¿¡Cómo no me acordé antes!? (Negrito lo miró con
cara de susto).
El proveedor que le traía las cartas había dicho que la casa de los abuelos quedaba
cerca de la librería. Encontrando la librería... ya estaba cerca de la casa. Buenísimo. Se
sentía el campeón del mundo.
—¡Vamos, Negrito! Te apuesto que en diez minutos estamos tomando helado con
Alma.
Revisó si no había perdido la plata. Todo bien. Tenía para invitarla a ella y a sus http://donbox.multiply.com
abuelos y a los vecinos, por si había visitas. Bueno, que alguno se pague el suyo, ¿no?
—No, mira, mejor nos quedamos acá, porque no sabemos si nos estamos acercando o
alejando... Negrito, ¡atento a la primera persona que veas pasar!
Y lo volvió a dejar en el suelo para que olfateara a gusto.
—¡Che, Negrito! ¡Si estás mirando el piso no vas a ver a nadie!
Lo retó en broma. Nunca se había imaginado que con tan poco viaje uno podía irse tan
lejos.
Por una de las esquinas de la plaza apareció una mujer caminando lentamente,
inclinándose a cada paso. Frin alzó al perro y se le acercó.
—Buenas tardes, señora, ¿dónde queda la librería?
—(Lo miró extrañada): Está cerrada, ahora.
—Ya sé, pero no importa.
—... ¿vos no sos de acá, no?
—... (uf) No.
—¿Te perdiste?
—No, busco la librería porque ahí cerca vive una amiga.
—¿Y este perrito tan lindo? (preguntó la señora agachándose). ¡Ay, qué gracioso!
—... (Frin no lo podía creer, ¿estaba loca esta vieja?)
—¡Lindo! ¡Lindo! ¿Y cómo se llama?
—Negro, oiga, señora...
—¿Negro? ¡Pero no es todo negro!
—No, se lo puse por...
—¡¿No es todo negro y le pusiste de nombre Negro?!
—...(uf)...Sí
—¿Y por qué le pusiste así, eh? (y volvía a pellizcar al perro). ¡Bonito!
—Es un nombre provisorio, señora.
Le contestó, pero ya queriendo sacársela de encima; para colmo el perro le hacía una
fiesta increíble, movía la cola, le lamía la mano, faltaba que le diera el teléfono.
—¿¡Provisorio!? ¡Ay, qué ocurrencias tienen los chicos, hoy día! ¡Imaginate, ponerle un
nombre provisorio!
—... (desaparezca, señora, pensaba Frin).
—¿Y a quién me dijiste que buscabas? (preguntó sin dejar de acariciar a Negro que
estaba feliz, el muy estúpido).
—A una amiga.
—Sí, bueno, pero cómo se llama.
—(¿Para qué me pregunta?)... Alma.
—¡Ah, bueno! Vos buscás a la nieta de Remo.
—¡¡¡¡¡...!!!!! ¿Usted la conoce?
—¡Ay, mi amor! en Nulda todos nos conocemos... (puso otra cara), esa pobre chica
con los papás que se están separando... yo no sé...

—... (no estaba tan loca la vieja, pensó). ¿Y por dónde viven?
—Vamos, yo te acompaño, ¡Ay, bonito! (volvió a pellizcar al perro).
—¿Viste qué buena la señora, Negrito? (y se dio cuenta de que regresaban por donde
ella había venido)... oiga, pero usted iba para el otro lado.
—¡Ay!, no importa, mi amor... es un minuto, están acá a dos cuadras... vas a tener
que tener paciencia, mi amor, porque yo, con esta pierna, no puedo ir más rápido.
—No, no hay apuro, señora.
Dijo él, viendo cómo avanzaba apoyando el pie con cuidado, y sintió algo así como que
le gustaría inventar alguna cosa que la sanara. La señora era de lo más buena. Muy
habladora, eso sí. No paraba de preguntarle cosas y hablarle; pero muy buena. Con lo
que le costaba caminar, estaba regresando dos cuadras.
*
Se detuvieron frente a una casa que tenía una pequeña tapia. La señora pasó y, en vez
de tocar el timbre, fue hasta la puerta del patio y gritó:
—¡Remo! ¡Visitas!
—¡Eh, Rosa! ¡Adelante, adelante!
Se oyó desde adentro, y apareció un señor de pelo blanco, muy alto y grande. Debía
ser el abuelo de Alma. Era enorme.
—¿Y este muchachito, Rosa? (preguntó, mientras se acercaba).
—Busca a tu nieta.
Alma estaba adentro y supo que era Frin. No podía ser otro. Sintió el impulso de salir a
verlo; pero fue más fuerte la vergüenza. ¿Qué hacía acá? ¿Para qué había venido?
Quiso esconderse, pero el abuelo la llamó.
—¡Alma! ¡Te vino a visitar un amiguito! Adelante, Rosa, ¿te vas a quedar aquí afuera?
—No, yo sigo viaje.
—¿No pasás a tomar un cafecito, ni siquiera?
—No puedo, Remo, me espera mi hija; si no después protestan.
—Pero... qué apuro (dijo el abuelo y volvió a llamarla) ¡Alma!
Frin sintió el impulso de pedirle que no se molestara, que ya iba a salir, o que no
importaba, que tal vez estaba ocupada y mejor volvía otro día. Alma se asomó por la
puerta, sin saber qué hacer. Vio al perrito y se le escapó una sonrisa. Qué lindo era.
Estaba en los brazos de Frin, que lo alzó como si la visita fuera el Negrito y él nada
más un acompañante. Como vio que Alma sonreía, lo dejó en el suelo, ella se acercó
un poco agachada, porque el perrito iba hacia ella, hecho un ovillo. Moviendo la cola,
agachando la cabeza, medio echándose panza arriba, arrastrándose. Como si la
conociera desde siempre.
—¡Epa! Éste tiene la manguera rota.
Exclamó el abuelo, divertido, porque el perrito no se aguantaba la emoción. Pero los
chorros del Negrito eran su única desventaja. La ventaja es que si no lo hubiera
llevado, Alma y Frin se hubieran quedado más duros que los bancos de la plaza. En
cambio así se decían cosas a través del Negro.http://donbox.multiply.com
Negro, portate bien, decía Frin, pero era como si dijera, Hola, Alma. Y ella decía, Pero,
qué perro más feo... y era como si le contestara, Qué bueno que viniste, Frin, qué
bueno. Y se acordaba de Vera, cuántas ganas de verla. De la escuela. De los amigos.
Del otro pueblo. De su cuarto en la otra casa. De sus papás que se estaban separando.
De un golpe le llegó todo lo que extrañaba. Y se dio cuenta de lo lejos que estaba.
Parecía que no iba a poder volver nunca. Sintió que le venían lágrimas; pero no quería
que la vieran. Agachó un poco la cabeza; y dijo, Perro, perro, perro bonito... para
disimular

23
El abuelo de Alma no le creyó a Frin cuando afirmó muy serio.
—Mis papás saben que vine... si quiere les hablamos por teléfono y les pregunta.
Eso de haber ofrecido hablar por teléfono lo convenció de que estaba mintiendo; pero
no quiso meterse más, Alma estaba contenta con la visita.
—¿Por qué no van a dar una vuelta a la plaza y después, cuando regresen, ya habrá
llegado la abuela y les prepara una merienda, eh?
Se fueron con Negrito que, como dijo el abuelo, cualquier cosa podía defenderlos.
—Qué grande que es, ¿fue boxeador? (preguntó Frin).
—No, luchador.
—¿Luchador? Huáu.
—Hizo muchos deportes, jugó al fútbol, y una vez que vivieron cerca de un río hacía
remo; y también jugó al básquet, y antes viajaba todos los años al Sur y hacía
montañismo.
—Él solo hizo más deportes que toda mi familia junta.
—(Alma se rió) ¡Ey! ¡Vamos!, hace una hora que estás leyendo ese árbol.
—¡Vamos, Negrito!
—Ah, entonces tiene nombre: Negrito.
—No, bueno, sí... bueno, no... se lo puse, pero provisorio nomás, para cuando hay que
retarlo o llamarlo... pero lo traje para que le busquemos uno... juntos.
—¿Cómo? (había entendido, pero quiso que lo repitiera).
—... no, digo, entre vos y yo.
—... claro, y... podés dejarle Negrito...
—No, pero decime uno que te guste.
—¡Resorte!
—Uy... y sí... es lindo, también.
—No te gustó, ¿no?
—¿Eh?, no, sí, sí, está bien, puede ser ése; probemos (y lo llamó, pero como si
siguiera hablando con Alma) Resorte, Resorte, venga, Resorte... ¡Uy!, no hace caso...
(se apuró a decir, con alivio).
—Frin, hiciste trampa.
—Te juro que no; yo creo que no le gustó Resorte, lo que pasa es que es más
desobediente... mejor por ahora le decimos Negrito, hasta que se acostumbre a que lo
llamemos Resorte, ¿no?
—¿¡Y cómo se va a acostumbrar si siempre lo llamamos Negrito!?
—Por eso, ¿no querés tomar un helado?
—No, gracias.
—No hay problema, eh; mirá que traje dinero.
—No es por eso, gracias, no tengo hambre ahora.http://donbox.multiply.com
*
Llegaron hasta un banco de la plaza y se acomodaron. Negrito ya se sentía más
seguro, estaba con la cola bien parada, ladraba y medio perseguía a cuanto perro
pasaba lejos. Alma comenzó a preguntarle por la escuela y Frin la puso al día de todos
los chismes del grupo, imitando a los amigos. Alma se reía como hacía rato no soltaba
tantas carcajadas. Negrito entendió cualquier cosa y ladró a unos perros. Eran un trío
muy divertido y ruidoso.
Se hizo un silencio y Frin preguntó:
—Che, Alma, y tus papás... ¿sabés algo?
—(Levantó los hombros)... sí.
Pero se quedó callada. Frin entendió que no quería hablar de eso y la volvió a invitar
con un helado. Alma sonrió y nuevamente le dijo que muchas gracias, pero no. ¿Y
ahora qué hago con la plata?, pensó Frin.
—¿Vamos a casa?, ya debe haber llegado la abuela.
—Sí, vamos.
Contestó Frin, que se acordó de que tenía que regresar rápido, para que sus papás no
sospecharan nada.
La abuela era una señora gorda, que se teñía el pelo y le gustaba mantenerse bien
arreglada. Les ofreció una rica merienda. Frin se moría de ganas de quedarse con Alma
y en esa casa de los abuelos, arreglada sin ningún lujo, pero que era muy cálida y
alegre.
Se despidió de los abuelos, que salieron hasta la vereda. Puso al perro en la mochila,
dejándole la cabeza afuera y salieron con Alma rumbo a la terminal.
Se hizo un silencio muy incómodo. Frin quería exprimir los pocos minutos que
quedaban; pero llegaron callados. Duros de la vergüenza y sin encontrar palabras para
despedirse.
En la ventanilla sacó el dinero, pidió el boleto, tomó el vuelto y lo guardó. Alma lo vio
tan serio y tan concentrado, que sintió algo especial, como aquella vez que lo había
encontrado leyendo en el patio. De repente Frin era más grande que todos. Que ella,
que Lynko, que Vera.
*
El ómnibus ya estaba en el andén; pero el chofer no. Se pararon enfrente.
—Che, Alma.
—¿Sí?
—Quiero hacerte una pregunta... ¿puedo?
—... no sé... bueno, sí.
—¿Te molestó que viniera?
—No, me gustó... ¿ésa era la pregunta? (con decepción).http://donbox.multiply.com
—No, no era ésa.
—¿Entonces?
—¿Es cierto que estás de novia con Arno?
Si Frin hubiera hecho esa misma pregunta en la escuela, o con más tiempo, quién sabe
cómo la hubiera contestado. Pero Frin estaba a punto de subirse al ómnibus y tal vez
se vieran en una semana, o en dos, o quién sabe. Entonces contestó la verdad.
—No, no es verdad.
—¿¡Y por qué me dijiste eso!?
—Yo no te dije eso.
—Bueno, pero me dijiste que gustabas de él.
—No es lo mismo.
—Sí es lo mismo.
Se estaban acercando otros pasajeros.
—No, no es (dijo Alma, bajando la voz).
—Bueno, no importa.
—…
—... ¿y eso es cierto?
Ya estaba llegando el chofer. Empezaba a pedir los boletos a la gente que iba
subiendo. Faltaba poco para el turno de Frin. Alma no quiso que se fuera sin
contestarle.
—No.
—¿¿¿Cómo??? (preguntó Frin, avanzando un lugar en la fila).
—Que no.
—¿¡Que no!?
Repitió él, sonriendo más todavía y extendiendo el boleto al chofer. Y todo ocurrió al
mismo tiempo, Alma le respondió:
—Ya te dije que no era cierto, ¿querés que lo publique?
Y el chofer, de muy malas maneras, le dijo:
—No se puede viajar con animales.
—¿Qué? (Frin, sorprendido).
—Lo que oíste, pibe, no se puede viajar con animales; abajo, vamos.
—... pero (balbuceó Alma).
—Ya compré el boleto.
Dijo Frin tímidamente. El chofer levantó los hombros, y volvió a ordenarle.
—Te dije que te bajes, no sigas subiendo.
—Yo no vivo acá (protestó Frin, desde el estribo del ómnibus).
—No me vengas con cuentos, salí, que tiene que subir la gente.
Los demás pasajeros se pusieron tensos, por la situación.
—Yo tengo que viajar (y subió otro escalón).
—(El chofer lo tomó de la mochila y casi le gritó) ¡Si querés viajar deja al perro!http://donbox.multiply.com
—¡Es mi perro!
Dijo Frin, levantando la voz, y subiendo un escalón. Entonces el chofer tironeó la
mochila y lo bajó de un golpe. Negrito gemía, asustado. Frin se zafó y volvió a poner
un pie en el ómnibus. El chofer lo volvió a bajar violentamente. Frin le tiró una patada
que dio en el aire, y el chofer lo zamarreó bruscamente.
—¡Quítele las manos de encima! (tronó fuerte la voz del abuelo de Alma).
—¿¡Y usted qué se mete!? (contestó el chofer).
—¿¡Que qué me meto?! (dijo el abuelo furioso). ¿¡Que qué me meto!? (y le dio un
empujón).
—¡No me toque! (gritó el chofer).
—¿Por qué? ¿Por qué es valiente con los niños nomás? (le dio otro empujón).
—¡Le dije que me saque las manos de encima! (amenazaba, pero retrocedía).
—¿Sabe qué es alguien como usted? ¡Un miserable! ¿Oyó?
El chofer hizo como que amagaba a levantar un brazo.
—Dale, por favor, dame el gusto, dale... (lo desafió el abuelo).
—... (el chofer se hizo el ofendido, tiró los pasajes y se subió al ómnibus).
—Señores (dijo el abuelo a todos los pasajeros), devuelvan sus boletos, porque no se
puede viajar.
La gente se alarmó.
—¿Cómo que no se puede viajar?
—¡Esto es una vergüenza!
—¡Yo tengo que regresar a mi casa, a ver si se apuran!
—¡Eso! ¡Siempre hay problemas con esta línea de porquería!
—¡La culpa es del gobierno!
El abuelo levantaba la mano, pidiendo que lo dejaran hablar; pero la gente estaba muy
molesta.
—¡Bájense y arreglen sus cosas sin molestar a los demás! (siguió otro).
Un pasajero, con cara de pocos amigos, preguntó:
—¿¡Y por qué no se puede!?
El abuelo, muy serio, explicó.
—Porque cerraron la ruta, por eso; vamos, Alma, vamos, querido, volvamos a casa.
La gente se preocupó más todavía.
—Remo, ¿qué está pasando? (le preguntó un amigo).
—... ah, Vicente, cómo estás... el molino amenazó con cerrar, los obreros se
declararon en huelga y tomaron la ruta hacia los dos lados.
La gente exclamó un "Oooh" pues no podían creer algo tan grave. El amigo le
preguntó.
—¿En serio, Remo?
—Como para bromas estamos, claro que es en serio.
—¿Entonces no se puede salir de Nulda? (preguntó una señora que no daba crédito a
lo que oía).http://donbox.multiply.com
El abuelo no estaba mintiendo: era algo realmente serio.
—Ni salir, ni entrar, señora, está tomada la ruta (y se dirigió a Frin) ¿compraste
boleto?
Frin asintió con La cabeza.
—Vení a que te devuelvan el dinero, querido, y luego vamos para casa para llamar a
tus padres antes de que se asusten; ya están dando la noticia por radio.

24
—¡La culpa fue tuya! (le dijo Fede a Lynko).
—¿i…!? ¿¡Y por qué va a ser mía!? (preguntó Lynko, riéndose).
—¡Él no tiene nada que ver! (Vera).
—¡Ay, sí! ¡Su noviecita lo defiende! (dijo otro, burlándose).
—¡Cerrá la boca! (dijo Lynko, serio).
—¡Sí es tuya, nene! ¡Porque vos sos muy amigo de Frin, y entonces tendrías que
saber! (otra compañera).
—¡Si a mí tampoco me dijo nada! (Lynko, riéndose).
—¡Sí, seguro que te contó, y como son muy amiguitos no nos dijiste! (otro).
—¿¡Son tarados, ustedes!? ¿¡No ven que si no avisó es porque quería ir solo!? (Vera).
Lynko se atacaba de la risa por este lío.
—¡¡¡SI SE RÍE ES PORQUE SABÍA!!! (gritó otra chica).
En ese momento se cortó la discusión porque entró el papá de Frin al patio. Justo
cuando Lynko se reía, pero no porque supiera, sino porque se había dado cuenta del
plan de Frin, y se le hacía buenísima la manera en que se había escapado de todos.
Lo que ocurrió fue que los del grado se encontraron en la terminal de ómnibus, a las
tres, como había dicho Frin. Pero él no estaba. Ya va a llegar, dijo uno. Se quedaron
esperando. Como tardaba en venir, no faltaron los que sacaron sus sandwiches y se
los comieron ahí mismo. Frin no aparecía, a Lynko se le ocurrió ir a ver los horarios de
ómnibus a Nulda y ahí se dio cuenta de que a las tres no salía ninguno.
—¿Se habrá equivocado? (Arno).
—No creo, porque el próximo sale a las cinco... es mucha diferencia (Vera).
—¿Qué hacemos? (Arno, perdido con su cara de perdido).
—Y, vamos a buscarlo a su casa, ¿no?, para ver por qué no vino... (Fede).
Algo le hizo sospechar a Vera que ésa no era una buena idea:
—Mmm... mejor vamos a mi casa... y...
—¿¡Para qué!? (preguntó otra compañera).
—... y después lo llamamos por teléfono, más tarde... (terminó de inventar, Vera).
—¡Ay, nada que ver! Tiene razón Fede, vamos a su casa.
Como Vera tampoco entendía qué estaba pasando, no opuso más resistencia. Así es
que fue todo el grupo, como turistas que perdieron el avión, caminando hasta casa de
Frin. Tocaron timbre. Asomó la mamá.
—¿Sí?
—Hola, señora, ¿está Frin?
—Hola, Fede, ¿no está jugando con ustedes?
Vera quiso hablar porque se dio cuenta del lío que se iba a armar; pero Federico le
ganó de mano.
—No, lo que pasa es que quedamos de ir juntos a Nulda, pero él se equivocó y a las
tres no salían ómnibus.http://donbox.multiply.com
—¿¡Cómo que ir juntos a Nulda!? (preguntó la mamá).
—No, señora, dijimos que a lo mejor, no era seguro (quiso disimular Vera).
—¡Mentira, nena! (la callaron entre todos). ¡No seas mentirosa!
—¿¡Y qué iban a hacer a Nulda!?
—A visitar a Alma, señora, ¿no le dijo Frin? (Fede).
Adentro de su cabeza se hizo como un chispazo. Frin se había ido sin permiso.
—A ver, pasen al patio, chicos.
Les dijo, y corrió hacia el teléfono. Llamó al club para buscar al papá de Frin. Cuando
lo encontraron y le contaron, el papá regresó volando. Les hicieron mil preguntas a los
compañeros de grado, pero ellos contestaban cualquier cosa, porque no sabían nada, y
porque se estaban echando la culpa unos a otros. Algunos porque Lynko tendría que
haber sabido, otros porque al venir así es como si lo hubieran acusado a Frin, otros por
quién sabe, y otros por las ganas. Aquello era un hervidero de la-culpa-es-tuya-notarado-la-culpa-es-tuya.
El papá salió corriendo hacia la librería. Estaba cerrada, tocó en la casa. A Elvio se le
hizo muy probable que Frin se hubiera ido a Nulda a visitar a Alma, pero lo tomaba con
calma y risa.
—Son cosas de muchachos, qué peligro va a haber.
—Muchas gracias, Elvio (lo cortó secamente el papá, y se dio vuelta).
—Espérese, espérese... a ver... déme media hora y lo llamo para darle el número de
teléfono de los abuelos.
—¿Lo tiene? (preguntó afligido el papá).
—Se lo puedo averiguar, déme media hora.
El papá agradeció y regresó a la casa rápido para contarle a la mamá de Frin. Y fue en
ese momento que abrió la puerta del patio y encontró a los compañeros de Frin
discutiendo.
—... pero ¿¡son tarados, ustedes!? ¿¡No ven que si no le avisó a nadie es porque
quería ir solo!? (Vera).
Lynko se mataba de la risa de todo este lío que se había armado.
—¡Ves! (gritó otra niña, furiosa). ¡¡¡SI SE RÍE ES PORQUE SABÍA!!!
*
La mamá estaba tratando de calmarlos y aprovechó el silencio para preguntar.
—¿Averiguaste algo?
—En media hora Elvio nos consigue el teléfono de los abuelos de Alma.
—¿¡En media hora!? (se quejó impotente la mamá).
—¡Ven, tarados! ¡Ahora por culpa de ustedes los papás de Frin están asustados! (gritó
Vera).
—¡Ah! ¿¡Y qué querías que hiciéramos, eh!?
Le contestó otra compañera, en medio de las protestas y acusaciones de todos contra
todos que se habían vuelto a desatar. Y esta vez los hizo callar el timbre del teléfono.http://donbox.multiply.com
—¿Ves que no hubo que esperar tanto? Ya lo consiguió.
La mamá corrió a atender.
—Hola... (se oyó una voz grave), habla el abuelo de Alma...
—¡Sí, soy la mamá de Frin, dígame!
—Ah, mucho gusto, señora; mire, no se asuste, Frin está acá al lado mío, está
perfectamente bien, ahora se lo paso...
La mamá sintió que le volvía el aire al cuerpo. Del otro lado el teléfono cambiaba de
manos.
—... hola... ¿mami?
—¡Frin, por favor, hijo! ¿¡Qué hiciste!?
—... vine a visitar a Alma, mami.
—¿¡Pero cómo te vas a ir así!? ¡Sin permiso, sin avisar!
—... perdón, mamá.
—¿¡Cómo no nos dijiste nada!?
—... (porque no me hubieran dejado, pero como que no era momento para ese
comentario).
El papá pidió el teléfono.
—Hola, ¿Frin?
Dijo muy serio, pero del otro lado también había cambiado de manos el teléfono y
volvió a sonar el abuelo.
—¿Hola? ¿Es el papá de Frin?
—Sí.
—Mucho gusto, soy Remo, el abuelo de Alma... miren, Frin está acá en casa, lo más
bien, no se asusten.
—Muchas gracias... y disculpe toda esta molestia...
—No es ninguna molestia y...
—... yo ahora pido el auto a un vecino y lo vamos a buscar inmediatamente.
—... no, mire, el problema es que cortaron la ruta...
—¿¡Cómo!?
—El molino harinero de Nulda amenaza con cerrar, entonces los obreros se declararon
en huelga y tomaron la ruta hacia los dos lados; yo no les recomiendo que intenten
cruzar.
—¿Y cómo vamos a hacer? (preguntó el papá desorientado).
—Por eso, ustedes no se preocupen... Frin está en casa, seguro... vamos a averiguar
cómo está la situación.
—Pero ¿Nulda está aislada, entonces? (el papá).
—Completamente... no creo que dure mucho, alguna solución tendrá esto; por eso yo
digo que mejor Frin se queda a dormir acá, tranquilo, y capaz que mañana ya se
arregló todo.
El papá volvió a agradecer, no sólo por lo que ofrecía el abuelo, sino por la calma que
le transmitía, y pidió hablar con Frin. Se lo pasaron, y muy serio le recomendó que le
hiciera caso a los abuelos y que se portara bien. Ellos lo irían a buscar cuanto antes. http://donbox.multiply.com
No lo iba a retar delante de los compañeros del curso, ni delante del abuelo; pero
habló tan serio que era casi lo mismo. La mamá pidió el teléfono y le dijo algo
parecido. Colgaron. Colgaron. Colgaron.
*
Se hizo un largo silencio a los dos lados de esa llamada. Los papás explicaron lo que
estaba pasando.
—¡Buenísimo! ¡Vamos a la ruta a ver! (dijo Fede entusiasmado, pero todos lo miraron
muy serios).
Volvieron a sus casas, y el papá se cruzó a lo de un vecino, que ya había oído lo de la
huelga. Fueron hasta la ruta pero no dejaban pasar. Había una larga fila de autos que
hacían maniobras para regresar. Más adelante, una negra y densa columna de humo
salía de unas gomas quemadas que cruzaban todo el camino. La nube subía alta, alta.
En casa de los abuelos, encendieron la radio, para seguir las noticias. Había sólo dos
cuartos, el de los abuelos y otro en el que estaba Alma. La abuela le indicó que él
dormiría en el sillón grande que había en la sala. Frin les pidió disculpas por estas
molestias. El abuelo sonrió y le acarició la cabeza.
Alma estaba callada, acomodándose a la situación. El problema era que ella, en la
terminal, había contestado esas preguntas porque Frin se estaba yendo, no porque se
estaba quedando. Por una parte se sentía incómoda porque él iba a estar demasiado
cerca; pero también estaba contenta. Y lo que es peor, por lo mismo.
Después de cenar salieron con sillas a sentarse en la vereda.
—¡Abuela!, ¿por qué no le contás lo de la casa del campo? (se acordó Alma).
—No, no, no...
—Después van a soñar (dijo el abuelo).
—¡Es del cementerio viejo, Frin! ¿Te acordás que te dije que ella sabe algo? Antes no
estaba ahí (giró hacia la abuela) ¡Dale, por favor, contale!
—No (dijo ella)... no estuvo siempre...
Negrito se acomodó como para dormir en las piernas de Frin. La calle estaba tranquila
no pasaba ningún auto. La abuela no se veía, sólo su silueta, contra la luz de un foco
que estaba en la esquina, a media cuadra.
*
—Ahí antes era campo... un desierto, no había carreteras, ni trenes... ahí había una
casa de una gente muy muy pobre. Era una familia joven, el papá, la mamá y un
bebé... no hablaban con nadie, no se mezclaban, no venían a la fiesta del pueblo, no
se los veía en misa... pero eran trabajadores. Buena gente, pero que hacían su vida.
Una vez, estaban trabajando en unas máquinas muy grandes, a vapor... parece que no
se dieron cuenta de que la máquina estaba levantando demasiada presión... querían
terminar rápido porque se venía una tormenta, entonces el jefe mandó a decirle al
muchacho este, el papá, que le pusiera más carbón... y él, que no sabía de esas
máquinas, no se fijó en la aguja de la presión... cargó su pala, y la máquina explotó... http://donbox.multiply.com
como una bomba... cuando le dieron la noticia a la señora, juntó sus chucherías, le
prendió fuego a la casa, y se fue... pasaron los años y un día se vio que ahí vivía
alguien.
—¿Quién? (Frin).
—Decían que era el fantasma del papá... otros, que era el hijo de ellos, que había
vuelto... yo creo que debe haber sido algún vagabundo, pero lo que contaban es que si
uno quería entrar a lo que había quedado de la casa, llovían piedras en el techo... se
sentían los golpes, toc, toc, toc, de las piedras.
—¿Era el señor que las tiraba? (Frin).
—Nadie las tiraba, caían del cielo... entonces, los del pueblo dijeron que ahí había que
hacer un cementerio.
—¿Y qué pasó con el señor que vivía en la casa? (Frin).
—Siguió viviendo en el cementerio (el abuelo).
—¿Te acordás de que nosotros vimos algo? (le recordó Alma a Frin).
—No puede ser el mismo (dijo la abuela), esto pasó hace mucho... tendría más de cien
años si viviera.
—Hay gente que tiene más de cien años (Alma).
Levantaron las sillas y se fueron a dormir. Los abuelos a su cuarto. Alma al suyo. Frin
al sillón. Negrito, encima de Frin, que seguía con los ojos abiertos, en la oscuridad.
Qué día más largo...http://donbox.multiply.com
25
Frin abrió los ojos. Vio una pared que nunca había visto. Se sintió raro despertando en
esta sala en la que había pasado su primera noche fuera de casa. Se acordó de todo lo
que viajaba el papá de Lynko. ¿Será así despertarse en distintos hoteles? La luz daba
en las cortinas encendidas y se oían ruidos en la cocina. Eran los abuelos que hablaban
en voz baja para no despertarlos. Frin miró la pintura vieja de la pared. Al lado de
ésta, su casa parecía tan linda como la de Lynko. Al lado de la casa de Lynko, se
parecía más a ésta. Extrañaba su casa. ¿Será que iba a poder volver hoy, como decía
el abuelo? ¿Será así despertarse en hoteles? No, no debía ser así, porque Negrito venía
caminando por su espalda, moviendo la cola. Cerró los ojos para hacerse el dormido, y
enseguida sintió el hocico olfateándole la oreja. Se hundió en las sábanas.
—Negrito, por la oreja no se sabe si la gente está despierta.
Negrito lo ladró.
—Ah, ¿ya estás despierto? Arriba, vamos, a desayunar (se asomó el abuelo).
Frin fue a la cocina, la radio estaba puesta muy bajita, y daba las noticias. Saludó a los
abuelos con un beso, a Alma, le dijo hola.
—Parece que va para largo, eh... (le comentó el abuelo, señalando la radio), yo no sé,
no digo que no tengan razón, pero hacer este lío... dejar al pueblo incomunicado, es
una locura.
*
Después de desayunar, Frin y Alma salieron a caminar con Negrito, que ya se creía de
Nulda. Se les adelantaba y ladraba, pero no porque hubiera visto un perro, sino así,
por las dudas. Entrenaba el músculo de ser valiente. Ellos evitaban lo que se habían
dicho en la terminal. Por suerte se encontraron con la señora Rosa, que cargaba un
bolso y caminaba con dificultad. Se le acercaron.
—¡Hola, la parejita! ¿Cómo les va?
—... (¿la parejita?, pensó Frin, la vieja enloqueció otra vez).
—¡Hola, Rosa! (saludó Alma contenta), ¿te ayudamos?
—Ay, sí, qué amores que son.
Les dio la bolsa y, como era su costumbre, no paró de hablarles. Les contó que su hija
es empleada del molino, y su yerno también.
—O sea que si se quedan sin trabajo es un desastre, un desastre, tiene dos hijitos...
ay, yo no sé.
Les llevaba sandwiches y frutas. Frin se sorprendió. Él se había imaginado que los de la
huelga eran peligrosos, y resulta que aquí estaban acompañando a la señora Rosa, con
su paso rengo, a llevarle frutas a su hija.
Se imaginó él mismo en una huelga, pidiéndole a su mamá que le llevara sandwiches
de tomate. Sus preferidos.
En dirección de la ruta se veía una espesa columna de humo. Tan densa que subía con
esfuerzo. A medida que se acercaban se veía la hilera de gomas quemándose, cruzada
sobre la ruta. Ya no había autos a los dos lados, pero sí un revuelo de gente. A Frin le http://donbox.multiply.com
hizo acordar una pintura, uno de esos cuadros de la revolución que tenían en la
escuela. Lleno de héroes y próceres después de alguna batalla de cuando se fabricó la
patria, como puso Fede en un examen. Sólo que éste era más pobre, y no había tanta
gente, ni soldados, ni una bandera; ni nadie miraba al cielo y acá quemaban gomas,
había perros jugando, y el avión pasaba fumigando un campo cercano. Bueno, no;
nada que ver con un cuadro de la revolución, pero hacía acordar a uno.
Negrito iba escondido tras los pasos de Frin, que terminó por alzarlo con su mano libre.
La señora Rosa seguía avanzando como un barco roto y constante.
Unos tipos se habían quitado las camisas y se las habían atado en la cabeza. Tenían
palos largos y estaban acomodando las gomas para que se quemaran mejor. Otros dos
conversaban y se pasaban una botella de vino, sin parar de hablar; tomaban del pico.
Unos chicos corrían alrededor de una señora que los retaba, sin que le hicieran caso, y
ella seguía hablando con uno que también estaba con el torso desnudo: era muy
panzón, levantaba los hombros a cada rato y movía los brazos para cada palabra que
decía.
Finalmente se acercó una muchacha joven y le dio un beso a Rosa. Ésa era la hija,
estaba embarazada. Apoyaron el bolso en el suelo. Uno vino a darle un beso a Rosa.
Era el marido de la hija. Otro de los sin camisa, no era oficinista, hasta descalzo
estaba. Tenía las manos sucias de carbón.
*
De pronto se oyó una sirena que pedía paso; una ambulancia se acercaba a toda
velocidad. Se abandonaron las conversaciones. Los niños dejaron de jugar. A pocos
metros la ambulancia hizo chirriar sus gomas con una frenada. El chofer se asomó por
la ventanilla.
—¡Dejen pasar! ¡Es una emergencia!
Los de la barrera se apuraron a correr las gomas. El chofer se puso nervioso e hizo
sonar la sirena. Frin pensó que no había que hacer eso, ya estaban corriendo todo,
¿para qué la sirena? Se le hizo sospechoso. Él había visto muchas ambulancias en el
hospital donde trabajaba su papá, pero a ésta nunca. Se escabulló entre el grupo y
consiguió mirar a través de los vidrios. Había alguien acostado sobre la camilla. Eso lo
había visto muchas veces; pero éste tenía los zapatos puestos, que asomaban por
debajo de la sábana. El que parecía médico transpiraba nervioso. El chofer volvió a
hacer sonar la sirena. Frin quiso advertirle al yerno de Rosa; pero éste lo tomó y lo
alejó de la ambulancia, que pasó por el espacio que le abrieron.
—Es que...
—Espera, pibe.
—... había algo raro...
—Después, querido (lo calló el yerno, y se fue a regresar las gomas a su lugar).
La señora Rosa les dijo que mejor se fueran a casa, porque ahí los ánimos estaban un
poco caldeados. Se alejaron caminando. Frin bajó a Negrito y le dijo a Alma:
—El médico tenía el estetoscopio roto.
—¿Qué? (preguntó extrañada).
—El médico que estaba con el paciente, tenía el estetoscopio colgando del cuello.http://donbox.multiply.com
—Así lo usan, ¿no?
—Sí, pero estaba roto... le faltaba la cosa esa que apoyan para oír: terminaba en el
tubito nomás.
—¿Se le habrá roto en el apuro?
—No creo, y el paciente iba con los zapatos puestos.
—¡Ay, Frin! ¡Mira en lo que te fijaste en medio de todo eso!
*
A la tardecita Frin llamó a sus padres. Antes de la cena encendieron el televisor.
Mientras iban cambiando de canales, Frin alcanzó a ver algo y dijo:
—¡Ése! ¡Vuelva a ése, Remo!
—No, no, no... yo tengo mi programa.
—¡Por favor, Remo! ¡Alma, estaba la ambulancia que vimos hoy! (Frin).
—... (el abuelo buscó el canal).
—¡Alma! ¡Mira la ambulancia! (exclamó Frin).
—¡Es cierto! ¡Es la que vimos! (gritó ella).
Explicaron agitadamente a los abuelos, mientras veían cómo el periodista entrevistaba
a un señor de saco.
—¡Es el gerente del molino! (exclamó el abuelo, que dio un salto y subió el volumen).
—... hoy tuve que escapar, literalmente, escapar escondido...
—¡Viste, Alma, que no era un paciente de verdad! (Frin).
—... escondido en esta ambulancia porque mi vida corrió peligro... nos amenazaron, y
no nos querían dejar pasar. ¡Imagínese! ¡A una ambulancia!
—¡Qué mentiroso! (Alma, indignada).
—...ese pueblito tendría que estar agradecido por la fuente de trabajo, en vez de
alterar el orden de esta manera, y poner ellos mismos sus trabajos en peligro...
—¡Qué miserable! Quieren hacer su negocio mandando el molino a la quiebra, y resulta
que somos nosotros los peligrosos.
Exclamó enfurecido el abuelo, y ahí las noticias pasaron a otra cosa.
—¡Viste que no era un médico de verdad!
—¡Tenías razón! (Alma).
—¡Vamos a la ruta a avisarles! (Frin).
—¡No, no, no, ustedes se quedan acá! (el abuelo, nervioso).
—¡No, pero con ustedes, vamos con ustedes!
—¡Sí, abuelo, hay que ir! ¡Ese señor está mintiendo!
—¡Claro que está mintiendo! (el abuelo indignado).
—¡Y seguro que va a seguir mintiendo y van a cerrar el molino!
—Pero... ¿¡y qué podemos hacer!?
Preguntó la abuela. Alma se quedó pensando, y Frin propuso, tímidamente.
—... y, llamemos al canal.
—Eso sí.
Aprobó la abuela. El abuelo la miró muy serio, sopesando la idea. Miró a Frin, y dijo:
—Tenés razón. No podemos quedarnos de brazos cruzados.
Llamó al canal, lo pasaron con Noticias, y les explicó. Le dijeron que iban a enviar unas
cámaras. Eso lo tomó por sorpresa. Él sólo había llamado para desenmascarar la
mentira; pero ahora resulta que venían los de las noticias. Cambiaba la situación.
Colgó excitado.
Les pidió que buscaran los teléfonos de algunas radios, y llamó al intendente de Nulda
para explicarle lo sucedido y avisarle que iba a venir la televisión. Quedaron en
reunirse temprano en la mañana.
Frin alzó al perro y le dijo:
—¡Negrito! ¡Va a venir la televisión! ¡Vas a tener que transformarte, urgente!
*
Al otro día el intendente se reunió con el abuelo y otras personas. Decidieron que todo
el pueblo debía apoyar a los de la huelga. Tenían que unirse, no podían permitir que
mintieran sobre lo que sucedía acá. Además, el molino era la principal fuente de
trabajo, sin ella peligraba Nulda. La radio local empezó a hacer correr la noticia, una
camioneta con un gran parlante encima, también; y el abuelo, cuando llegó a casa,
contó:
—A partir del mediodía se va a hacer un cierre simbólico de todos los negocios, o sea
que si hace falta algo de comida, hay que apurarse.
La abuela asentía con la cabeza, orgullosa.
—Se está pidiendo que esta noche no se encienda ninguna luz. Vamos a hacer un
apagón: en todo Nulda no tiene que haber una sola luz prendida.
—¿Velas tampoco? (preguntó Alma).
—Velas sí (contestó sonriendo el abuelo), y a las nueve de la noche va a haber una
marcha hacia la ruta, en señal de apoyo.
—¿¡Nosotros también!? (Alma, entusiasmada).
—No, ustedes se quedan (el abuelo).
—Remo, no los vamos a dejar solos en casa... (la abuela).
—(Pensó)... no, claro.
—... que vengan con nosotros.
Frin no lo podía creer; él había querido hacer un viaje de dos horitas nomás, y ahora
estaba como metido en un cuadro de la revolución. Se imaginó que venía un pintor y
que él miraba al cielo y sostenía una bandera, mientras Negrito le mordía el tobillo al
enemigo.
—Y vamos a pasar la noche allá (terminó de decir el abuelo).
—¡¡¿¿En la ruta??!! (gritaron entusiasmados Alma y Frin)
—... así que hay que abrigarse, niños, no quiero resfriados.
Frin trató de acordarse, ¿había visto en una de esas pinturas a alguno resfriado? No.
Muertos sí; pero resfriados no. Se acordó del cuadro que había en la escuela y se
imaginó en medio de los próceres nacionales, las banderas, el humo y la gente
mirando el cielo... y él sonándose la nariz. Nada que ver, ni loco pensaba resfriarse.
26
Buscaron ropa abrigada y rústica, porque iban a estar sentados en la ruta. Frin no
tenía otra ropa que la puesta, así que iría con un suéter que le prestaba Alma. El
abuelo se había ido a organizar la marcha. La abuela decía:
—Organizar la marcha... si en Nulda somos dos gatos locos. ¡Pero él quiere estar ahí!
¡No se aguanta! (y se reía).
—¡Abuela, estamos haciendo demasiado sandwiches! (Alma).
—Bueno, pero allá hay gente también, ¿no (contestó sonriendo).
Se hizo la tardecita y empezó a llegar la oscuridad sin nada que la empujara: no había
luces encendidas en Nulda. Salvo el hospital, todo brillaba de oscuro. La abuela
repasaba las provisiones, cuando llegó el abuelo.
—¿Hace falta algo?
—Tranquilo, guerrero (respondió la abuela guiñándole un ojo a Alma y Frin), ya está
todo. A ver chicos ayúdenme: la bolsa con los sandwiches, los termos con el café,
servilletas...
—... agua (repasó Alma).
—... agua (repitió la abuela).
—... las frazadas (dijo Frin).
—... las frazadas (repitió la abuela), las velas...
—¡El Negrito! (Frin).
Se rieron los cuatro y Negrito debió haber entendido que estaban ladrando porque él
también ladró.
Finalmente llegó la noche. Con luz de estrellas y de velas. Silencio. Se oían todos los
ruidos, las pisadas, el tic tac de los relojes, una mano que se apoyaba en un mantel. A
las nueve fueron hasta la plaza. Había una multitud de gente: jóvenes, viejos, niños.
Todos con faroles y velas en las manos.
Hasta ese momento, Alma y Frin estaban divertidos como en una aventura. Se
pusieron a hablar con otros niños. Pero cuando empezó la marcha y se formó la
columna de gente que, a paso lento, bamboleando sus velas y sus faroles, se
encaminó hacia la salida del pueblo, Alma y Frin sintieron que estaban en algo grande.
Los de la ruta los recibieron con gritos, aplausos, toques de tambor, y ellos
respondían, también, con gritos, silbidos, levantando las velas y los faroles. Frin miró a
Alma. Nunca en mi vida viví algo así, le dijo él con los ojos. Yo tampoco, respondió ella
con su mirada.
Los huelguistas se adelantaron y se fundieron en abrazos y gritos invencibles. Eran lo
más grande, lo más grande del mundo.
*
La multitud se acercó a las llamas, se hizo una rueda con faroles y velas. Se
acomodaron juntos, familias y amigos. Gritaban y hablaban en voz alta o se reían.
Negrito ladraba a unos perros que ni le hacían caso, y se asustó cuando uno se acercó
a olerlo.
Como a la hora llegó un periodista y sacó fotos. Más tarde todavía, una radio
entrevistó al intendente, que estaba con su familia. Algunos ya habían empezado a
cenar. Alma y Frin mordieron sus sandwiches como si fueran los primeros de sus vidas.
El abuelo destapó su botella y le ofreció a un viejo amigo, que también llevaba la suya.
La abuela acomodó más sandwiches encima del mantel.
Fueron pasando las horas, y poco a poco iban llegando más periodistas; los de la
televisión, no. Negrito mordía un hueso. Alma y Frin ya se habían hecho varios amigos
y los dejaron acomodar el fuego con los palos.
—¿No tienen sueño, ustedes? (les preguntó la abuela, cuando los vio pasar).
—No, nada.
Respondió Alma, y siguieron camino. El abuelo ya estaba bastante alegre y cantaba
abrazado a otros señores. La abuela comentó, divertida:
—Se hizo tenor.
—Vamos a caminar (dijo Alma a Frin).
Fueron hasta la barrera de gomas quemándose. Se acercaron tres niños a invitarlos a
caminar. Partieron los cinco hasta la entrada de un camino entre dos campos, lejos de
las luces. Alma se acordó de la vez que fueron al cementerio viejo y se lo contó a los
demás, agregando la historia de la abuela. Discutieron sobre si ese hombre podía vivir
todavía o no, hasta que los demás medio se asustaron y se fueron.
*
La noche era tan oscura y limpia y cargada de estrellas, que no sólo se veía el cielo,
sino que se sentía el espacio. Con sus soles, cometas y planetas invisibles. Y que la
Tierra es un astronauta flotando.
—Parece un cielo dibujado por Vera (dijo Frin susurrando).
—Es cierto... ¿viste allá? (Alma).
—¿Qué cosa?
—Ésa que parece una estrella, pero se mueve (Alma, bisbisando).
—... no, no me doy cuenta cuál... (Frin, inclinándose hacia Alma, para ver lo que ella
veía).
—... ésa (inclinó su cabeza hacia Frin, sin dejar de mirar el cielo), ésa... ¿ves?
—Sí (Frin, sin regresar a su lugar, inclinado)... sí, es un satélite.
—Sí (sin alejarse de él).
Se quedaron como dos ramas, apoyadas una en la otra. Callados.
—¿Oís? (musitó Frin).
—... ¿qué cosa?
—... (Frin hizo una seña con la mano, abarcándolo todo).
—... (Alma asintió callada, con los ojos abiertos).
Era el silencio que bajaba con todos sus caballos, como juguetes de vidrio con agua
adentro y era el silencio que bajaba con sus caballos, como esos juguetes de vidrio,
como el silencio con sus caballos blancos y oscuros, y esos juguetes con agua adentro,
que cuando se dan vuelta cae la nieve. Así caían los caballos del silencio, rodeando la
luz en que flotaba la noche. Y era la noche que se caía como en esos juguetes de vidrio
con agua adentro y copos blancos como de nieve que caen blancos y oscuros, y todo
tan quieto y tan lento y era la noche y eran los copos y alguna mano más grande que
el mundo que estaría dando vueltas su juguete de vidrio con agua adentro para ver
cómo caen los copos de los caballos blancos y oscuros del silencio. Y cuando los copos
llenaban el campo, la mano daba vuelta al juguete y subían; y era la mano que otra
vez daba vuelta al juguete de vidrio con agua adentro para que los copos suban con
los caballos del silencio y la luz blanca de la Luna que mira al gigante que juega para
que Frin y Alma vuelvan a ver cómo caen los copos blancos y oscuros y es la cabeza de
Alma que apenas se cansa, que se cansa un poco y descansa apenas descansa de que
se cansa un poco en el hombro de Frin, y es el hombro de Frin que como dos ramas
apoyadas una en la otra descansa un poco, apenas, en la cabeza de Alma. Y los copos
volvieron a bajar y los rodearon de espirales blancos en el blanco o negros en el negro,
y Frin pasó su brazo por el hombro de Alma. Y ella, como si hubiera esperado ese
gesto desde toda la vida, desde que era bebé y estaba como esos juguetes de vidrio
con agua adentro, que cuando se dan vuelta cae la nieve, se aflojó en el brazo de Frin.
Mirando los copos blancos de los caballos del silencio del cielo dibujado por Vera se
quedaron un millón de para siempres. Cuatro millones de ondulomil de mil millones de
infinitos.
Frin quiso mirarla, corrió su brazo y levantó despacio su cabeza. Se dio vuelta hacia
ella. Alma también quiso mirarlo. Se quedaron. Ojos muy cerca de los ojos de
cascabelito lindo. Muy cerca de la nariz que está cerca de la nariz de los ojos de
cascabelito cascabelito lindo. No fue que Alma se acercó, sino que algo profundo y
sencillo se le aflojó adentro. Frin se inclinó hacia adelante y cerró los ojos. Alma cerró
los ojos y se inclinó. Frin sintió, delicadamente, los labios de Alma con sus labios.
Primero Frin sintió, delicadamente, los labios de Alma con sus labios. Luego, Frin sintió
a Alma con sus labios, y Alma sintió a Frin con los suyos. Y eso era un beso.
27
Frin soñaba con un ruido de motor, hasta que se fue despertando, entreabrió los ojos y
vio que era el ruido del avión que fumigaba un campo. Ya era la mañana. El avión
hacía una picada, volaba al ras, soltaba su llovizna, y remontaba altura cerca de una
hilera de árboles.
Frin se refregó los ojos con la mano. Estaba un poco fresco. Se acordó de que habían
venido a recostarse cerca de los abuelos, y ahora veía que ella los había cubierto con
la misma frazada. El abuelo dormía profundamente del otro lado. Se sentó. Saludó a la
abuela, que le ofreció un poco de café con leche. Alma seguía dormida, apoyaba su
cabeza en el regazo de la abuela. Negrito se había hecho un bollo debajo de un brazo
del abuelo.
—¿Qué hora es? (Frin).
—Deben ser las seis... (le contestó).
Se dejó caer sobre la frazada, ¿las seis?, nunca se levantaba tan temprano. La abuela
le alcanzó la taza de café con leche. Se sentó y tomó el primer sorbo mirando hacia la
barrera. Por todas partes había gente durmiendo. Algunos de los sin camisa estaban
hablando con los periodistas. Del otro lado de la barrera vio un camión grande. Tenía
las letras del canal de televisión. O sea que sí, habían venido.
Fue hasta donde había más movimiento. De algunas radios estaban entrevistando,
unos al intendente, otros a los obreros del molino. Los del canal acababan de llegar y
preparaban sus cámaras, llenando todo con sus cables. Algunos sin camisa corrían las
gomas con sus palos, para hacer un pasadizo.
Frin regresó donde estaba la abuela. Negrito salió a su encuentro. Lo alzó en brazos. El
abuelo ya estaba sentado; tomaba una taza de café. Alma bostezaba. Les contó que
los de la televisión ya habían llegado; entonces el abuelo se incorporó rápido, se
acomodó el pelo con las manos y fue con la taza hacia la barrera.
—¿Vamos a casa? (Alma).
—Esperamos que hagan la nota, ¿no? (la abuela).
Los de la televisión no tenían tiempo de grabar, y enviar el video: iban a transmitir
directamente. Saldrían al aire en vivo, en el noticiero de la mañana. Eso les contó el
abuelo.
—... tres minutos.
—¿¡Nada más!? (exclamó Frin).
—Así es esto (comentó el abuelo, desencantado).
*
Los encargados de producción del canal caminaban agitados, gritándose y dándole
órdenes a la gente.
—¡Cuando se acerque la cámara no saluden! ¡Si les hacen una pregunta tienen que
contestarla muy rápido! ¡Tenemos dos minutos solamente! ¡Dos minutos, atención!
—¿Dos minutos? (Frin, miró al abuelo).
Uno del canal se acercaba a ellos, y le gritó a otro que estaba lejos:
—¡Acá está el chico que no puede regresar con sus padres!
Frin sintió un frío en el estómago, miró a Alma. Ella abrió los ojos y la boca. El de
producción lo despeinó.
—Pibe, desarreglate un poco (se fue).
—¿Por qué? (protestó Frin, mientras se volvía a peinar). ¡¿Qué le pasa a éste?!
—Para impresionar a la audiencia, Frin (Alma, echándose hacia atrás, como si se
clavara un puñal en el pecho).
Se rieron todos. Pero los del canal ya estaban otra vez a los gritos. Que nadie se
moviera. En cinco minutos estamos en el aire. Saquen esa comida de ahí.
—¡Qué prepotentes son! ¿No, abuela? (Alma).
—Se creen héroes (Frin).
Encendieron unas luces blancas. Dos tipos cargaron sus cámaras al hombro. Frin vio
cómo una maquilladora le ponía polvo al reportero, otra lo peinaba, y él, con su cara
de vaca aburrida.
—¡Frin! ¡Despeinate! (Alma, entre nerviosa y divertida).
—¡No! ¡Sangre! ¡Ellos quieren sangre! (se rieron). ¡Mordeme, Negrito! ¡Arrancame un
pedazo!
Vio que uno de producción le hacía señas de que se callara. La transmisión había
empezado.
Se dirigían hacia él. Sin que se diera cuenta, otro de producción había venido
sigilosamente por detrás. Lo despeinó, le desarregló el pulóver, y quiso desatarle las
zapatillas. Frin se volvió a acomodar todo, el tipo le mostró los dientes furioso: ¿Qué le
pasa a este chico? Pero se tuvo que retirar porque las cámaras ya estaban ahí, y el
reportero venía diciendo:
—... incluso tenemos el caso de un niño que no puede regresar con sus padres,
decinos tu nombre, querido (hizo como que le acariciaba la cabeza, pero lo despeinó).
—... Frin (se acomodó el pelo, confundido).
—Esta pobre criatura, señores (decía a la cámara con tono melodramático), quedó
atrapado, señores, a-tra-pa-do...
¿Atrapado?, nada que ver... pensó Frin.
—... apresado de este lado de la barrera de los huelguistas, decinos, Rin...
—Me llamo Frin (lo corrigió).
—(Niño idiota). Sí, mi amor, extrañás a tu familia, ¿verdad? ¿Estás asustado?
—(¿Qué le pasa a éste?, ¿por qué pierde tiempo conmigo?)... no, estoy aquí con mis
amigos.
—(Maldito niño). Claro, mi amor, claro, te habrás hecho amigos, digo... pero estarás
angustiado, desesperado, ¿verdad?
—No, los que están asustados son ellos, porque pierden su trabajo.
Al reportero le apareció un tic nervioso en un ojo, maldito niño. Frin estaba cada vez
más nervioso: no le gustaba esa presión sobre él, las cámaras, y que lo rodeara la
gente. El reportero quería salvar la nota e insistió, simulando que era amable, pero
poniendo la voz más tensa, y eso le ponía peor el ojo del tic.
—Claro, pero decime, criatura...
—... (Frin le miraba el ojo del tic, porque parecía que transmitía en clave morse).
—... ¿te parece peor que estos vándalos corten una ruta nacional?
—¿Cómo? (ni siquiera pregunta bien).
—... claro y que vos estés separado de tus padres, perdiendo días de escuela
(irritado).
—Yo... yo puedo perder unos días de escuela... pero la escuela ahí está y vuelvo; si
ellos se quedan sin trabajo es peor, ¿no?
Frin notó que su respuesta no le agradó al reportero, y se puso más nervioso. Todos lo
miraban, y uno de producción le hizo señas de que se apurara a hablar, y otro le hacía
señas de que se despeinara. Entonces se puso peor, miró al reportero y soltó lo
primero que le vino a la cabeza:
—Imagínese que a usted lo echen del noticiero...
Se hizo un terrible silencio en el ambiente, que duró menos de un segundo, pero en el
que todo quedó suspendido de un hilo.
—... ¿co... c... cómo? (balbuceó el reportero).
—... imagínese que a usted lo echen, que lo despidan del noticiero, ¿qué haría?
Como si toda la gente se hubiera puesto de acuerdo, estallaron en un grito festejando
la ocurrencia de Frin.
Los camarógrafos tenían la orden de cerrar la nota enfocando al reportero; pero el
grito de la gente fue como una explosión. Como el estallido de una tribuna. Entonces,
por reflejo, en vez de enfocar al reportero, tomaron a la gente dando ese grito. Y justo
ahí. Justo ahí, a los del canal se les hizo tan buena la toma, que cortaron la
transmisión.
El reportero tomó el micrófono para cerrar la nota; pero uno de los de producción le
hizo una seña de No va más.
Ya no estaban al aire. El pobre tipo quedó convertido en una pasa de uva, un pañuelo
de papel.
La gente aplaudía a Frin. Negrito ladraba a todos, porque creía que los estaban
atacando o porque la televisión lo ponía nervioso o porque le había dado por hacerse el
guardaespaldas.
Frin miró a Alma y levantó los hombros, como diciendo... uy. Ella ponía los ojos bizcos,
y se reía feliz.
Lo cierto es que la toma de Frin haciéndole esa pregunta al reportero, y la gente
estallando en un grito, había llegado a todo el país. Y después volvieron a pasarla en el
noticiero de las doce, y en el de la noche. Y en un programa de humor también la
usaron, para criticar al reportero.
*
Regresaron a casa y el abuelo insistió en llevarlo en los hombros.
—¡No, Remo! ¡No! (Frin, divertido).
—... (Negrito ladraba).
—¡Ey! (el abuelo hacía que protestaba), ¡así firmo algún autógrafo yo también!
Cuando llegaron el teléfono estaba sonando. Se apuraron a abrir. Era Lynko, que había
visto el noticiero y gritaba tanto que casi no se le entendía. ¡Frin! ¡Te vi! ¡Estuvo
buenísimo! ¡Vamos a ser ultramegafamosos! Colgaron, y el teléfono volvió a sonar. Era
un amigo del abuelo que le preguntaba si el de la televisión no era el amiguito de
Alma. Sí, señor, sí, señor. Respondía el abuelo orgulloso. Colgaron, y volvió a sonar.
Eran otros amigos de los abuelos, que les avisaban que habían visto a Alma y a su
amiguito en la tele. Colgaron. Volvió a sonar. Era Vera, alborotada, que quería hablar
con Alma. ¿¡Viste a Frin!?¿¡Viste a Frin, Alma!? Colgaron y volvió a sonar. Era la mamá
de Frin.
—¡Hace media hora que llamamos y da ocupado!
—Y... no es fácil comunicarse con una estrella.
Bromeó el abuelo. Frin saltó al teléfono. La mamá estaba que no cabía en sí misma del
orgullo.
—¡Todo el mundo llama para avisarnos que estabas en la tele!
Ya no estaba enojada. La televisión es increíble, pensó Frin.
—¡Te mando un beso enorme, mi amor! ¡Te extraño y te quiero mucho, mucho,
mucho, y quiero verte pronto!
Le pasó el teléfono a su papá, que lo felicitó por cómo había respondido. Bravo, Frin,
fue muy valiente tu respuesta. Luego pidió que le pasara al abuelo, que le decía:
—No es ninguna molestia, al contrario... creo que ya encontré la manera, al mediodía
me lo confirman.
Y colgó. Alma le preguntó:
—¿Qué decías que conseguiste?
—Que Frin pueda volver con sus papás.
—¿Van a abrir los caminos? (Alma desconcertada).
—Frin, ¿volaste alguna vez?
—No.
—Perfecto... ¿Viste ese avión que fumigaba un campo por ahí cerca? Lo pilotea el hijo
de unos amigos, y carga los productos en tu pueblo, y me dijo que sí.
—... ¿que sí qué? (sonó la voz tímida de Frin).
—Que esta tarde te puede llevar con él.
—... pero... yo no me quiero ir.
—¿No querés ver a tus papás?
—Sí, pero no me quiero ir ahora (miró a Alma)... no quiero dejarlos.
—Nosotros, encantados de que te quedes, pero tus papás ya quieren verte (dijo el
abuelo).
—... es que...
—... vamos a estar bien... podés volver tranquilo (Alma, con un nudo en la panza).
—... estoy bien aquí.
—Te prometo que nos vemos el sábado, Frin.
—¿De veras?
—(Alma besó sus dedos cruzados) Si no te dejan venir voy yo, el abuelo me lleva...
¿verdad, abuelo?
—Bueno, de acuerdo (se rindió el abuelo, sonriendo).
—¿Ves? (dijo Alma).
—Bueno (respondió él, mirándola a los ojos).
*
El piloto confirmó el viaje. Los esperaba en el aeroclub, a las cuatro. Ésa fue una de las
tardes más raras de sus vidas. Dejaron a Negrito con los abuelos y ellos salieron a
caminar. Muy callados y cerca. De repente iban de la mano. De repente se soltaban
porque alguien había visto a Frin en la tele y se acercaba a saludarlo. No era fácil estar
solos. Pero encontraron su momento.
—¿Te acordás cuando te regalé caramelos? (Frin, sonriendo).
—(Alma sonrió): Sí. ¡Me los quisiste dar sin papel!
—¡No fue a propósito! ¡Se me desarmaron en el bolsillo de lo nervioso que estaba!
—¡Eran un asco!
—¡Yo no pensé que los ibas a querer! ¡Creí que los tirarías a la basura!
—Nunca hubiera hecho eso.
—¿Por qué?
—(Levantó los hombros)... me gustó que te acercaras.
Siguieron acordando cómo harían para verse. Se hizo un silencio que Frin rompió.
—Alma...
—¿Qué?
—¿Querés ser mi novia?
—... ¿ya somos, no? (afirmó Alma, sorprendida por la pregunta).
—¿Sí?
—... desde anoche, ¿no?
—Ah, sí, claro...
Frin se agarró la cabeza, y se rieron. Ya sabían cómo era un beso. Y se dieron otro.
28
—Un avión tiene tres ejes, ¿ves?
Le decía el piloto a Frin. Iban carreteando hacia la cabecera de la pista, y le explicaba:
—Uno vertical, por el que la nariz del avión va a derecha o a izquierda.
—... ahá (y se sonaba los mocos).
—... un eje transversal, que va de una punta a la otra, con el cual sube o baja la
nariz... y un eje longitudinal, que es el que va de la hélice a la cola, y por el cual subís
un ala y bajás la otra.
Frin trataba de aguantarse, porque la despedida de Alma lo había emocionado. Hasta
los abuelos soltaron su lágrima. El piloto quería ponerlo de buen ánimo; entonces le
daba un curso de vuelo en cinco minutos.
El avión seguía carreteando tranquilo en dirección de la cabecera, bamboleándose en
la pista de tierra. Negrito ya no sabía dónde oler. El hangar había quedado a sus
espaldas. Frin hizo un movimiento rápido para enjugarse una lágrima sin que lo viera
el piloto.
—Mirá, con los pedales controlamos el eje vertical y el transversal... y con el bastón
controlamos el eje longitudinal... para arriba y para abajo.
—... (Frin asentía en silencio, ya casi llegaban a la cabecera de la pista).
—Para un viraje hacia la derecha, movés el bastón hacia la derecha, pero también hay
que coordinar apretando el pedal derecho, para que el avión se banquee, se dé
vuelta... éste es el velocímetro, mide la velocidad del viento que da de frente, entra
por un tubo que se llama pitot, ¿ves?
—... ahá.
—Éste da la presión de aceite, y éste es el que mide el banqueo, porque a veces no se
ve la tierra y no tenés referencia si estás derecho, torcido, patas arriba o con la cola
adelante (se rió de su propio chiste).
*
Movió los pedales y el avión empezó a virar hasta quedar enfilado con la pista
enfrente. El piloto tiró de una palanca y el motor se aceleró.
—Estamos probando el motor... los magnetos.
Frin veía a lo lejos el hangar, el auto del abuelo, y a ellos tres.
—En la parte de arriba de los pedales está el freno, aceleramos... y aguantamos con el
freno.
El motor sonaba más fuerte: el avión vibraba con toda su fuerza sostenida por los
frenos.
—Subimos a dos mil revoluciones (levantó la voz, porque el motor rugía a toda
potencia)... yyyyy… ¡Soltamos los frenos!
El avión dio un empujón hacia delante, y empezó a carretear, acelerándose cada vez
más. El hangar se acercaba rápidamente. Frin percibió una extraña sensación cuando
las ruedas se despegaron del suelo. Enseguida pasaron enfrente de Alma y los abuelos,
que agitaban sus brazos. Él también levantó el suyo. Pero no alcanzó a contar a cinco
y ya estaban muy alto. Subían rapidísimo. Era como flotar en algo más ligero que el
agua. El piloto dio un amplio giro, viró hacia la derecha. Negrito miraba asustado,
porque de golpe las cosas desaparecían y volvían a aparecer. El hangar se veía como
una casita de juguete, la columna del humo de las gomas en la ruta, allá adelante.
Enfilaron nuevamente sobre la pista, inclinó suavemente el bastón, y la nariz del avión
obedeció bajando. Entraron en una suave picada, pero no para aterrizar, sino para
pasar cerca de Alma y los abuelos.
—¡Saludá, Frin! ¡Saludá!
Frin sacó el brazo por la ventanilla y pasaron enfrente de ellos. Alma agitó sus brazos.
El piloto ladeó el avión, inclinando y subiendo las alas.
—¿¡Ves para que sirve el eje longitudinal!? ¡Para saludar como caballeros elegantes!
Frin sonreía. El piloto movió el bastón hacia él y el avión ascendió súbitamente, como
un carro de la montaña rusa, pero más poderoso y más libre.
—¡Aaaaaaaaajúúúúúúúúúúúúúúúú...! (gritaba el piloto, mientras viraba hacia la
izquierda). ¡Gritá, Frin! ¡Gritá! ¡Cuando pasemos cerca de ellos da tu grito!
Otra vez la columna de humo quedó adelante, y enseguida se perdió. Negrito
temblaba.
—¡Mirá esta porquería! (protestaba el piloto mientras golpeaba una brújula que tenía
adelante). ¡Aflojate, maldita!
—A ver yo (Frin le dio un golpe y la brújula se aflojó).
—¡Bravo! Ya te debo una reparación... ahora mirá lo que vamos a hacer.
Levantó el avión, terminando de dar un viraje suave. Luego comenzó a inclinarlo y
aparecía otra vez la pista, justo enfrente. Empujó el bastón, el avión se inclinó más
que la otra vez, picando con fuerza. Lo fue nivelando a toda velocidad. El hangar
estaba cada vez más cerca.
—¡Gritá, Frin! ¡Gritá!
Los abuelos saludaban. Alma saltaba y mandaba besos con una mano. Frin sacó sus
brazos y dio su grito.
—¡Aaaaaaaaajúúúúúúúúúúúúúúúú...!
—... (Negrito ladró, por las dudas).
—¡Eso es! (decía el piloto, dándole unos puñetazos al techo de la cabina).
—... (éste está loco, pensaba Frin y se reía).
—¡Así se hace, muchacho! Ahora sí nos podemos ir tranquilos (levantó la nariz del
avión).
—Gracias (Frin, lleno de emociones, miró a Negrito)... pobre, él no entiende nada,
porque vinimos en ómnibus y regresamos en avión... Negrito, la próxima vez viajamos
a Nulda en avión y volvemos en ómnibus así se te endereza todo.
—Vamos a hacer una cosa... vamos a dar una vuelta, así hacemos tu bautismo de
vuelo.
—Buenísimo (dijo Frin, contento).
Pasaron al lado de la columna de humo que subía de las gomas. El piloto saludó a los
sin camisa con las alas; ellos levantaron manos y palos. Por la ruta, en dirección de
Nulda, venía un auto.
—No lo van a dejar seguir.
Le comentó Frin al piloto. Y siguió viendo el aire, las casitas de juguete. Los árboles de
plástico. Para que el primer vuelo fuera realmente emocionante le ofreció a Frin que
probara pilotear un poco. No era nada fácil. Frin quería tener el bastón quieto, pero el
avión se inclinaba sin hacerle caso. El piloto lo corregía, y le regresaba el mando. Frin
lo tomaba. No había manera. Como iban apretados en el único asiento de la cabina, el
piloto se corrió más y le dijo que pusiera los pies en los pedales, sin sacar los suyos, y
sostenía la mano de Frin.
Casi le dejaba el mando del avión.
Era difícil y hermoso.
Frin sintió que quería seguir haciendo eso toda la vida.
Eso y algo como lo del poeta que había leído en el picnic.
La poesía era como volar, o al revés, o todo junto.
EPÍLOGO
Lo que no sabían, ni Frin, ni el piloto, es que, en el coche que vieron pasar, iban unas
personas a negociar con los obreros en huelga. Todo el país había visto las noticias, y
no querían que el escándalo creciera.
El motor suena como un trueno. Negrito estira la nariz para oler la corriente de aire
que se filtra por las ventanillas. Desde arriba todo se ve tan prolijo. Como si las
personas fueran las criaturas más ordenadas que existen. Nada parece moverse
bruscamente. Como eso que pensó una vez que encendió un fósforo. Lo vio tan
pequeño; sin embargo, para una hormiga era más grande, y para un microbio, más
todavía. Quizás el Sol sea grande para nosotros, y sólo es un fósforo que se acerca a
una cocina como una galaxia; y nosotros creemos que va despacio; pero va rápido.
Vuela el avión, y flota en el aire de los pensamientos; como una palabra del libro que
Frin llevó al picnic. Como si el avión fuera lo único que se queda quieto mientras la
Tierra gira. El avión está quieto en el aire, y la Tierra da vueltas. Cuando el lugar
donde queremos ir se pone debajo de nosotros, el avión baja. ¿Y para qué sirve el
motor? Para que el avión suba y se quede quieto. Si no fuera por el motor, la Tierra
arrastraría al avión, y siempre estaríamos en el mismo lugar. El avión y el motor son
como los poemas, que sirven para dejar quietas las palabras, mientras nosotros
giramos y nos movemos hasta entenderlas.
Negrito se acomodó en la falda de Frin, que empezaba a divisar su pueblo. Abajo, el
coche pasaba cuidadosamente entre las gomas. El molino seguirá trabajando.
Levantarán la barrera; los abuelos llevarán a Alma, que también sentirá que está
quieta, o que flota, mientras sus papás se acercan; y querrá ver a Frin.
¿Vivirá alguien en el cementerio? Tendría que regresar con Alma, y ver si es cierto.
¿Será la misma persona de la historia de la abuela? ¿Tendrá más de cien años, o ella
se habrá equivocado en las cuentas? El piloto lo está dejando llevar el avión juntos.
Esto es una de las cosas más maravillosas que le pasó en la vida. Conocer a Alma.
Hacerse amigo de Lynko. Encontrar trabajo. Sus papás. Encontrar a Negrito; no, que
Negrito lo encontrara, mejor dicho. Y quién sabe qué más sucederá, porque ¿dónde
termina lo posible, cuando empezamos a vivir cosas que creíamos imposibles? ¿Le voy
a contar a Lynko lo del beso?
*
El piloto tomó nuevamente el mando del avión, y le dijo que lo había hecho muy bien.
Frin se sintió orgulloso y una catarata de pensamientos o de decisiones. Le iba a decir
a sus papás que en las vacaciones quería ir a algún lugar con montañas y mar. Que
miraran menos televisión. Que no importaba si la puerta de la heladera quedaba
abierta. Que quería jugo de naranja. Dos vasos. O tres. Que aprendería a pilotear
aviones, de verdad, no un rato nomás. Que participaría en las olimpíadas, aunque
llegara último. Que se iba a comprar un buzo súper verde. Que si Ferraro lo empujaba,
se la iba a devolver (es más, ojalá que lo empujara porque ahora tenía ganas de
devolvérsela). Que iba a escribir un cuento para el concurso de fin de año; y le
propondría a la Directora que hicieran una revista de la escuela, con noticias y bromas
(podían llamarla Sandwich de tomate, y Lynko encargarse de deportes). Que volvería a
visitar a los abuelos de Alma, y le pediría que le contara de cuando fue luchador; y le
diría que organizaran una maratón de ésas de caminar, en Nulda. Que quería pegar
fotos en la pared de su cuarto, y si la pintura se arruinaba, no importa, él la pintaría de
nuevo, o no se pintaría nunca más (Cuarto del escritor Frin, pintado por él mismo).
Que le iba a decir a Lynko que podía venir con sus papás a visitarlos a su casa; aunque
no fuera tan linda como la de él, y su papá hiciera esas bromas.
El piloto metía una palanca, y el motor del avión se desaceleraba. Frin sabía que en el
aeroclub lo esperaban sus papás. No se imaginaba que también estaba Elvio; y que
Lynko, Vera, Fede, Arno y todo el grado, habían ido a recibirlo con unos carteles
pintados.
Pensaba en Alma, y en que pronto la volvería a ver. Respiraba hondo, y el aire de la
altura, fresco y profundo, entraba en él.

2 comentarios:

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  2. Acabo de terminar de leer el final de Frin pero hace 2 cemanas me compraron el libro de Frin y ya lo termine de leer. :)

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